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Mostrando entradas de 2012

Desde lejos.

Te escribo desde lejos, desde el lugar donde todos dicen que tengo que estar, desde unos cuantos kilómetros más allá de esa cama que por cosas de la vida te tiene aprisionado. Deseo fervientemente estar allí, contigo, cogiéndote de la mano y diciéndote muy bajito que todo va a ir bien. La verdad es que no lo sé. Ojalá un chasquido de dedos o unas palabras mágicas te liberaran de esa maldita tortura que te hace sufrir y te fustiga sin compasión. Ojalá estuviera en mis manos la fórmula secreta que te devuelva la energía, esa que no hace tanto te permitía trepar por los árboles o hacer saltar chispas con tu guitarra. Pero, ¿sabes qué? Me niego a maldecir esta vida y rogarle a cielo que me de una explicación, me niego a rendirme. Yo he elegido luchar a tu lado, pelear por ti, vencer este condenado miedo que sin querer me embiste. Te cuido desde lejos, como tú has estado haciendo siempre conmigo, defendiéndome ante los monstruos que me acechaban. Siendo el centinela de mis días y mis...

Metafóricamente hablando.

Como cuando guardas en un cajón esa pulsera que un día fue tu preferida pero que ya no te gusta tanto. En ese cajón vas metiendo más y más cosas que poco a poco van tapando tu pulsera hasta que no te permiten verla. Te olvidas de ella, te compras otras pulseras de quita y pon y esa que tanto adorabas deja de existir para ti. Pero un día, de repente, decides hacer limpieza. Comienzas a sacar del cajón objetos inservibles, cachivaches que ni tú sabías que existían y la ves, en el fondo. Esa pulsera que un día desechaste permanece allí. Sus colores se han marchitado con el paso del tiempo, pero tú la sigues viendo preciosa, es tu pulsera favorita y nunca ha dejado de serlo. Sabes que hay millones de pulseras en el mercado esperando un dueño, pulseras estilosas y flamantes, y te da igual. Porque tus muñecas han lucido accesorios bonitos, originales, vistosos, pero ninguno de ellos ha logrado superar a tu pulsera. Ahora te toca decidir. ¿Guardar tu preciada pulsera para siempre y buscar ...

Allí.

En ese rincón, que ha sido cómplice de nuestros besos furtivos, que se ha quemado con nuestro fuego y ha envidiado cada una de nuestras caricias. En ese rincón, escenario de nuestro gran espectáculo, de las noches de éxtasis y arrebato. En ese rincón al que entro deseando que estés allí, con tus ojos atentos a mis movimientos, con tu boca tentándome. En ese rincón en el que nuestras miradas cruzan, chocan y se dan la vuelta. Espérame allí, detrás de la barra que nos separa y la derribaremos de un golpe.

Lo que fuimos.

Hoy los recuerdos, tan traviesos ellos, han querido irrumpir en mi mente de la forma más repentina y mis ojos, sorprendidos, no han podido evitar emanar una lluvia de lágrimas. Ilusa de mí pensaba que lo que la vista no percibe, el corazón no lo padece. Pero se me escapó un pequeño detalle, hay imágenes que no es necesario ver para sentirlas. Esas imágenes que se quedan grabadas en tu memoria y que vuelven sin avisar para recordarte que no han muerto. He revivido en mi cabeza esa historia y se que aquello era real, se que me hacía feliz, pero también parece ser que no era el momento. Ese fue el pretexto "no es nuestro momento". Tras muchas noches peleando con mis pensamientos me he dado cuenta de que fue la excusa más absurda que jamás he escuchado. Siempre es el momento, pero siempre que se quiera que sea, e igual nosotros no quisimos que ese lo fuera. O quizá tuvimos demasiados momentos que fueron tan intensos que bastaron para demostrar todo lo demostrable. Pero eso ...

Nuestra mierda.

Todo lo que ocurre a nuestro alrededor tiene una razón. Nuestras decisiones, nuestros errores y aciertos están condicionados por un por qué. Pero cuando tienes la certeza de que te encuentras en el momento y en el lugar adecuado, entiendes que todo encaja. Cuando llegas a la conclusión de este hecho acabas dándote cuenta de que no perteneces a otro lugar más que al que decidiste llegar, y que ese es tu sitio. Puede que esto les pasase a dos aprendices que, llegado el momento, tuvieron la desgracia y, sin saberlo, la dicha de poner sus pies sobre una Ciudad Encantada, esa que muchos califican como el culo del mundo. Había muchos motivos y muchas dudas que las llevaron allí, pero tarde o temprano coincidieron sus pasos y decidieron caminar juntas. Podían haber sido otros amigos, otros compañeros, otra carrera, otros amores, otra residencia, otra ciudad…podían haber sido miles de opciones y miles de caminos. Pero de todos ellos, engancharse a esa ciudad fue su acierto. Y...

Martes y catorce.

Me duelen los ojos. No es que lleve demasiadas horas frente a esta adictiva pantalla, no es que el estudio haya dañado mi vista, es que no soporto la plaga de corazones que inunda escaparates, anuncios, redes sociales... Y yo me pregunto, ¿para qué? ¿para promocionar las maravillas del amor? ¿para fomentar las muestras de cariño? Eso son daños colaterales. El fin que persiguen los propagadores del virus del romanticismo es vender. Engatusar a aquellos que están enamorados o a los que creen estarlo o a los que, simplemente, ganarían un Oscar al mejor actor o actriz. No penséis que soy una de esas escépticas que son reacias a todo lo que al resto de la gente gusta, no. De hecho, os entiendo. Yo también caí en las garras de esa estúpida moda de demostrar tus sentimientos en un dichoso día. Yo también me quebré los sesos ideando el regalo más original, más insólito. Y todo para al final acabar completamente desencantada. Por eso hoy quiero rendir homenaje no a los "ositos amorosos...

En dos palabras.

En el lenguaje existen millones de palabras, cada una de ellas más extraordinaria que la anterior. Palabras de amistad, de aliento, de ruptura, de  tristeza, de lucha, de amor, de deseo, palabras de mil colores.  Podemos combinarlas a nuestro antojo, obrar maravillas o provocar el llanto más  amargo. Una palabra en el momento apropiado puede cambiar el rumbo de la historia, puede ser determinante a la hora de tomar una decisión, puede abrirnos camino, puede cerrarnos puertas. Sin embargo, hay dos palabras, solo dos,  que, coordinadas,  son capaces de dar vida, de generar felicidad, de aliviar heridas, de iluminar el más oscuro día, de proporcionarte ilusión para fantasear con el futuro, de hacerte sentir muy de cerca esa anhelada felicidad.  Sí, yo diría que son la composición de palabras más fascinante que existe.

La misma maldita piedra.

En ese momento lo único que deseaba era escapar. Huir de aquello que le hacía sentir mal, coger un tren a ninguna parte, desaparecer por un tiempo. Descubrió que el mundo no era tan maravilloso como muchos lo pintan, que lo que aparenta ser fácil siempre presenta inconvenientes. Caer, tropezar repetidas veces con la misma maldita piedra, y con otras diferentes, levantarse, y de nuevo la misma historia. Ansiaba encontrar ese algo que le impulsara, ese algo que le proporcionara el vigor que tanto necesitaba. Pero, ¿cuál era la causa de su vacío? Jamás hallaba respuesta, quizás porque no la había, quizás porque ella misma no quería verla. Ella, la fuerte, ella, la valiente, ella, la que a nada temía, ella, la que creía tener la solución a todas las incógnitas, ella se dio cuenta de que aún le quedaba mucho por aprender. 

Instantes.

Puede que me lleve una desilusión más, puede que sea un farol, puede que no sea más que otro más, puede que se convierta en un número de tantos que forman una lista infinita (o finita, quién sabe), puede que sufra, puede que me arrepienta, puede. Pero si todo eso es cierto, pienso averiguarlo por mi misma. Quiero experimentar sensaciones frenéticas, de las que te aceleran las pulsaciones, ilusionarme con cada palabra, con cada mirada, con cada gesto, sentir los nervios característicos de antes de una cita, reír a carcajadas, sin parar, como si el mañana quedara a un abismo de aquí. Voy disfrutar cada instante, por efímero que sea. Y es que al fin y al cabo nuestro día a día se compone de eso, de pequeñas e insignificantes porciones de tiempo que construyen nuestro presente y que pasan a formar parte de nuestro pasado, se nos escapan de las manos, sin apenas darnos cuenta. 

Pies en la tierra.

Despierta. Aquí no hay castillos. Aquí no hay vestidos de fiesta. Aquí no hay coches de caballos. Aquí no hay lacayos en la puerta. Aquí no hay zapatitos de cristal. Aquí no hay príncipes que te saquen a bailar. Aquí no hay magia. Despierta. Esto no es un cuento de hadas. Bienvenida al mundo real, princesa.