Me duelen los ojos. No es que lleve demasiadas horas frente a esta adictiva pantalla, no es que el estudio haya dañado mi vista, es que no soporto la plaga de corazones que inunda escaparates, anuncios, redes sociales... Y yo me pregunto, ¿para qué? ¿para promocionar las maravillas del amor? ¿para fomentar las muestras de cariño? Eso son daños colaterales. El fin que persiguen los propagadores del virus del romanticismo es vender. Engatusar a aquellos que están enamorados o a los que creen estarlo o a los que, simplemente, ganarían un Oscar al mejor actor o actriz. No penséis que soy una de esas escépticas que son reacias a todo lo que al resto de la gente gusta, no. De hecho, os entiendo. Yo también caí en las garras de esa estúpida moda de demostrar tus sentimientos en un dichoso día. Yo también me quebré los sesos ideando el regalo más original, más insólito. Y todo para al final acabar completamente desencantada. Por eso hoy quiero rendir homenaje no a los "ositos amorosos" aturdidos por el hechizo del amor, si no a los que, como yo, están desencantados.
A todos aquellos a los que un día se les estalló la burbuja que les aislaba del mundo real, a los que cayeron de su nube de algodón, a los que se pincharon con la flecha de cupido. Quiero dedicar estas líneas a los que el día de hoy no supone más que un día menos para que llegue el viernes, porque se lo merecen. Porque ellos saben lo que es querer a una persona con todas tus fuerzas, saben lo que es construir castillos en el aire, saben lo que es confiar en la perennidad de una relación. Pero también saben lo que es sufrir por alguien, saben lo que es quedar lapidado bajo tus propios castillos, saben lo que es ver el fin y no poder hacer nada para remediarlo. Ellos, como vosotros, han experimentado las mariposas en el estómago, las sonrisas traviesas, las miradas cautivas, los besos ardientes. Sin embargo se sienten estafados, piensan que todo eso del amor no es más que una farsa, un absurdo invento, una ilusión. Pero, ¿sabéis una cosa? Mientras que vosotros tenéis un día en el calendario para hacer partícipe al mundo de lo enamorados que estáis, ellos tienen 364 para reír, llorar, caerse, levantarse, disfrutar, sufrir, encantarse, desencantarse... Quizá un día de estos, puede que mañana, tal vez sea cuestión de años, el amor toque a su puerta y la felicidad venga de su mano, ¿por qué no? Mientras tanto, FELIZ DÍA DE LOS DESENCANTADOS.
A todos aquellos a los que un día se les estalló la burbuja que les aislaba del mundo real, a los que cayeron de su nube de algodón, a los que se pincharon con la flecha de cupido. Quiero dedicar estas líneas a los que el día de hoy no supone más que un día menos para que llegue el viernes, porque se lo merecen. Porque ellos saben lo que es querer a una persona con todas tus fuerzas, saben lo que es construir castillos en el aire, saben lo que es confiar en la perennidad de una relación. Pero también saben lo que es sufrir por alguien, saben lo que es quedar lapidado bajo tus propios castillos, saben lo que es ver el fin y no poder hacer nada para remediarlo. Ellos, como vosotros, han experimentado las mariposas en el estómago, las sonrisas traviesas, las miradas cautivas, los besos ardientes. Sin embargo se sienten estafados, piensan que todo eso del amor no es más que una farsa, un absurdo invento, una ilusión. Pero, ¿sabéis una cosa? Mientras que vosotros tenéis un día en el calendario para hacer partícipe al mundo de lo enamorados que estáis, ellos tienen 364 para reír, llorar, caerse, levantarse, disfrutar, sufrir, encantarse, desencantarse... Quizá un día de estos, puede que mañana, tal vez sea cuestión de años, el amor toque a su puerta y la felicidad venga de su mano, ¿por qué no? Mientras tanto, FELIZ DÍA DE LOS DESENCANTADOS.

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