Necesidad social. Ese sentimiento colectivo que se caracteriza por el anhelo de piel, de contacto, de lenguaje no verbal más allá de lo que deja ver la mascarilla. El síndrome de abstinencia de lo que entendíamos por cotidiano. Quieras o no, la salud mental se va resintiendo. Y eso que muchos somos afortunados. Porque tenemos trabajo, porque nuestra labor no implica salvar vidas y arriesgar con ello la nuestra propia, porque -cerca o lejos- tenemos a los nuestros, porque seguimos en pie, porque estamos vivos. Pero a veces el pensamiento no entiende de suertes y nos pide un pellizco de normalidad (de la antigua, de la de siempre). Y que sí, que la pandemia nos ha enseñado a parar. A poner por delante lo verdaderamente importante y valorar aquello de que “éramos felices y no lo sabíamos”. Habrá muchos a quienes esto les haya ofrecido grandes oportunidades y otros a los que, por desgracia, les ha arrebatado todas. Dicotomía pandémica. 2021 ha llegado con fuerza, como si su antecesor se hu...
Se acerca el día de mi cumpleaños y, como si de la noche de año nuevo se tratase, mi mente pasa revista a los últimos 365 días. Menuda película, sobre todo lo que llevamos de 2020, pero en fin, pandemias a parte... Pienso en las historias que he vivido, las que pudieron ser y no fueron, las que perduran año tras año y las que aún están por escribir. Me gusta creer que somos una antología de historias, de sagas, novelas, ensayos, cuentos y microrelatos que cuentan nuestra vida. Y quienes somos tiene su respuesta en cada página. A mí me encanta contar historias, quizá por ello soy periodista, pero qué difícil cuando se trata de escribir la tuya propia. Eso dicen, que somos nosotros quienes creamos nuestro cuento, aunque no elijamos muchos de los capítulos. Nada tuvimos que ver en el “érase una vez” y casi nunca decidimos cuándo comer perdices. Pero aún así, somos los autores que firmamos la obra de nuestra vida. Yo, que soy muy de navegar por las páginas del pasado y que a veces me angus...