Mecano cantaba que es en los últimos minutos del año cuando toca hacer balance de lo bueno y malo.
A mí, por naturaleza (y un poco por salud mental) me gusta quedarme siempre con todas las cosas positivas que me ha aportado - aunque, querido 2018, me lo has puesto un poco difícil -. Así que he decidido que la palabra que mejor resume estos 365 días es: APRENDIZAJE.
He aprendido que salir del agujero que te ahoga no es huir, es volar, es buscar tu libertad. Los valientes son los que dejan atrás lo que les hace daño, lo que les limita, lo que les impide crecer. Porque si algo no te gusta, cámbialo.
He aprendido que nuestro lugar en el mundo está donde nos sentimos felices, aunque no sea lo que hemos planeado, aunque implique abandonar la vida que creíamos que habíamos construido a medida para nosotros. Porque los sitios son las personas y pertenecemos a cada rincón donde hemos encontrado abrigo.
He aprendido que es importante pedir ayuda cuando no ves la salida, que la mente es poderosa y a veces cruel, pero que es necesario mirar dentro de nosotros mismos para descubrir que somos más fuertes de lo que pensamos y que sólo nosotros somos capaces de encontrarnos cuando nos sentimos perdidos.
He aprendido que decir adiós es complicado, que los puntos y finales no siempre acaban comiendo perdices, pero que siempre hay un nuevo libro, una página en blanco que nos permite seguir escribiendo nuestra propia historia, aquella que realmente queremos contar.
He aprendido que cuando amas tu profesión te sientes imparable. Que es bonito ver tu esfuerzo reconocido y trabajar día a día para ser un poquito mejor. Que levantarte cada mañana para hacer lo que te gusta, para lo que has nacido, es uno de los mejores regalos que nos puede dar la vida.
He aprendido que la amistad es un bien tan valioso como efímero. Que, como todas las joyas, hay que cuidarla minuciosamente para que no se deteriore y que, no hay nada más bello en esta vida que poder contar con una mano amiga que te acompañe en el camino, por farragoso que sea.
He aprendido que lo insospechado e imprevisible puede llegar a ser la mejor casualidad que te regale el año. Que querer también es enseñar y aprender, que las tormentas son preciosas y que es posible encontrar la calma dentro de un huracán. (Gracias por aparecer y ponerlo todo patas arriba).
He aprendido que las batas blancas pueden dar mucho miedo y que la vida, aunque nos pone a prueba, nos da segundas oportunidades. Que las mejores noticias a veces vienen detrás de una mala y que siempre es bueno tener champán en la nevera para brindar porque estamos aquí.
Así que al 2019 sólo puedo pedirle que me deje seguir aprendiendo de cada trocito de vida que me regale, que tenga cerca a los míos y mantenga lejos lo que me contamine. Que no malgaste ni un segundo de mi tiempo, que exprima cada instante, que disfrute de las cosas pequeñas, que llore mucho, que ría mucho, que ame mucho.
Y no, 2018 no ha sido el mejor año, porque lo mejor siempre está por llegar.
Que comience la cuenta atrás...
A mí, por naturaleza (y un poco por salud mental) me gusta quedarme siempre con todas las cosas positivas que me ha aportado - aunque, querido 2018, me lo has puesto un poco difícil -. Así que he decidido que la palabra que mejor resume estos 365 días es: APRENDIZAJE.
He aprendido que salir del agujero que te ahoga no es huir, es volar, es buscar tu libertad. Los valientes son los que dejan atrás lo que les hace daño, lo que les limita, lo que les impide crecer. Porque si algo no te gusta, cámbialo.
He aprendido que nuestro lugar en el mundo está donde nos sentimos felices, aunque no sea lo que hemos planeado, aunque implique abandonar la vida que creíamos que habíamos construido a medida para nosotros. Porque los sitios son las personas y pertenecemos a cada rincón donde hemos encontrado abrigo.
He aprendido que es importante pedir ayuda cuando no ves la salida, que la mente es poderosa y a veces cruel, pero que es necesario mirar dentro de nosotros mismos para descubrir que somos más fuertes de lo que pensamos y que sólo nosotros somos capaces de encontrarnos cuando nos sentimos perdidos.
He aprendido que decir adiós es complicado, que los puntos y finales no siempre acaban comiendo perdices, pero que siempre hay un nuevo libro, una página en blanco que nos permite seguir escribiendo nuestra propia historia, aquella que realmente queremos contar.
He aprendido que cuando amas tu profesión te sientes imparable. Que es bonito ver tu esfuerzo reconocido y trabajar día a día para ser un poquito mejor. Que levantarte cada mañana para hacer lo que te gusta, para lo que has nacido, es uno de los mejores regalos que nos puede dar la vida.
He aprendido que la amistad es un bien tan valioso como efímero. Que, como todas las joyas, hay que cuidarla minuciosamente para que no se deteriore y que, no hay nada más bello en esta vida que poder contar con una mano amiga que te acompañe en el camino, por farragoso que sea.
He aprendido que lo insospechado e imprevisible puede llegar a ser la mejor casualidad que te regale el año. Que querer también es enseñar y aprender, que las tormentas son preciosas y que es posible encontrar la calma dentro de un huracán. (Gracias por aparecer y ponerlo todo patas arriba).
He aprendido que las batas blancas pueden dar mucho miedo y que la vida, aunque nos pone a prueba, nos da segundas oportunidades. Que las mejores noticias a veces vienen detrás de una mala y que siempre es bueno tener champán en la nevera para brindar porque estamos aquí.
Así que al 2019 sólo puedo pedirle que me deje seguir aprendiendo de cada trocito de vida que me regale, que tenga cerca a los míos y mantenga lejos lo que me contamine. Que no malgaste ni un segundo de mi tiempo, que exprima cada instante, que disfrute de las cosas pequeñas, que llore mucho, que ría mucho, que ame mucho.
Y no, 2018 no ha sido el mejor año, porque lo mejor siempre está por llegar.
Que comience la cuenta atrás...

Comentarios
Publicar un comentario