Te escribo desde
lejos, desde el lugar donde todos dicen que tengo que estar, desde unos cuantos
kilómetros más allá de esa cama que por cosas de la vida te tiene aprisionado.
Deseo fervientemente estar allí, contigo, cogiéndote de la mano y diciéndote muy
bajito que todo va a ir bien. La verdad es que no lo sé. Ojalá un chasquido de
dedos o unas palabras mágicas te liberaran de esa maldita tortura que te hace sufrir y te fustiga sin compasión. Ojalá estuviera en mis manos la fórmula
secreta que te devuelva la energía, esa que no hace tanto te permitía trepar
por los árboles o hacer saltar chispas con tu guitarra. Pero, ¿sabes qué?
Me niego a maldecir esta vida y rogarle a cielo que me de una explicación, me
niego a rendirme. Yo he elegido luchar a tu lado, pelear por ti, vencer este
condenado miedo que sin querer me embiste.
Te cuido desde
lejos, como tú has estado haciendo siempre conmigo, defendiéndome ante los
monstruos que me acechaban. Siendo el centinela de mis días y mis noches, el
abrigo en mis más fríos inviernos. Tú me has protegido cuando era una niña
vulnerable e indefensa, cuando el mundo aún me quedaba demasiado grande. Ahora
me toca a mí custodiar tus sueños, velar porque esos monstruos no te hagan
daño, fortalecer cada una de tus flaquezas. Ten por seguro que esto no es más que un bache en el camino, una de esas jodidas pruebas que nos pone la vida y yo sé que la superarás con creces.
Allí, contigo, estoy yo, dándote los buenos días y deseándote que
duermas bien, arropándote cuando tienes frío y abrazándote fuerte cuando lo
necesitas.
Aquí, desde lejos, empuño mis armas, las palabras, para luchar contra el enemigo, para hacerte llegar toda mi fuerza y derribar a ese rival que no te deja vivir.
Allí, aquí, desde lejos, te quiero.
Qué bonito copón!
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