Hoy he pasado por delante de nuestro portal, ya sabes a cuál me refiero.
Aquel rincón en el que me robaste mis primeros besos, allí donde la inocencia se perdía entre nuestras manos, donde despedirnos hasta el día siguiente nos ponía tristes porque la noche de por medio nos parecía una eternidad, allí donde encontrábamos cobijo como dos prófugos que huyen de la ley.
Pero no había lugar en el mundo con mayor justicia que ese, el equilibrio entonces no era nada imposible, las promesas lo valían todo. ¡Cuánta verdad escondían aquellos fríos escalones!
Éramos dos locos enamorados queriéndose tan fuerte como si todo aquello fuera a acabar de un momento a otro, como si las luces se fueran a apagar o el telón se bajara de golpe, como si al otro lado de la trinchera nos esperara el fuego enemigo.
Puede que lo viéramos venir.
O quizá solo se trataba de eso, de querernos sin razón, porque aquel amor no entendía de lógica alguna.
Hoy he pasado por delante de nuestro portal y me he acordado de nosotros.
De todas las primeras veces, de la bici para dos, de los besos en la esquina, de las aceras pintadas de azul, de los goles dedicados, de los recreos, de los collares de conchas, de los lollipop y los chupa-chups de sandía, de las cartas en servilletas, de aquella peli, de tumbarse a ver las estrellas, de las barcas del Retiro, del fin de año, de los mensajes de texto, de las segundas oportunidades, de las paredes forradas de fotos, de Pereza y el Canto del Loco, de nombres imaginarios, de los sueños que jamás realizamos.
Aquel rincón en el que me robaste mis primeros besos, allí donde la inocencia se perdía entre nuestras manos, donde despedirnos hasta el día siguiente nos ponía tristes porque la noche de por medio nos parecía una eternidad, allí donde encontrábamos cobijo como dos prófugos que huyen de la ley.
Pero no había lugar en el mundo con mayor justicia que ese, el equilibrio entonces no era nada imposible, las promesas lo valían todo. ¡Cuánta verdad escondían aquellos fríos escalones!
Éramos dos locos enamorados queriéndose tan fuerte como si todo aquello fuera a acabar de un momento a otro, como si las luces se fueran a apagar o el telón se bajara de golpe, como si al otro lado de la trinchera nos esperara el fuego enemigo.
Puede que lo viéramos venir.
O quizá solo se trataba de eso, de querernos sin razón, porque aquel amor no entendía de lógica alguna.
Hoy he pasado por delante de nuestro portal y me he acordado de nosotros.
De todas las primeras veces, de la bici para dos, de los besos en la esquina, de las aceras pintadas de azul, de los goles dedicados, de los recreos, de los collares de conchas, de los lollipop y los chupa-chups de sandía, de las cartas en servilletas, de aquella peli, de tumbarse a ver las estrellas, de las barcas del Retiro, del fin de año, de los mensajes de texto, de las segundas oportunidades, de las paredes forradas de fotos, de Pereza y el Canto del Loco, de nombres imaginarios, de los sueños que jamás realizamos.

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