Ir al contenido principal

Cobardes y margaritas

Pensó que tal vez la soledad era un buen remedio para huir de aquel puñado de cobardes. Miraba hacia atrás y solo veía la sombra de lo que pudo ser y no fue, todo por culpa del temor que les había producido sumar uno más uno. No se la habían jugado, no habían apostado por ella, se habían conformado con unos pocos besos y después nada. Esa panda de idiotas que habían prometido hasta dejar volar las palabras y esfumarse con ellas. Armados de absurdas excusas adornadas de verborrea barata, asustados al comprobar que el siguiente paso implicaba ponerse serios. Unas veces la distancia, otras "no eres tú, soy yo", otras simplemente el maldito miedo a mirar a sus sentimientos a la cara. 

Se sentía culpable de un crimen que no había cometido, trataba de encontrar una explicación mientras sus lágrimas caían en gotas de frustración y engaño. Y ellos se hacían llamar hombres. Hombres de los que sacan pecho tras un ramo de flores y agachan la cabeza tras una mentira. Hombres que no se atreven a decir "te quiero", no vaya a ser que te enamores. Hombres que se entregan a medias, que te prometen la luna y ni siquiera son capaces de llevarte a ver las estrellas. 

Cada vez odiaba más a todos los que se habían resistido a sentir, incapaces de dejarse llevar y arriesgarse a quererla. Qué fácil era para ellos largarse sin más, dar un portazo y dejar al otro lado del tabique tantos sueños hechos añicos. Mientras recogía los pedazos de la última decepción, entre murmuros maldecía a la suerte por cebarse de aquella manera. Quizás el desencanto no era más que el preludio de una nueva historia por escribir o quizás había llegado el momento de dejar de deshojar margaritas y salir a la calle a disfrutar de la primavera.




Comentarios

Entradas populares de este blog

Búscate un hombre...

Que te eche a perder el pintalabios, pero no el rímel. Que te haga cosquillas con sólo mirarte. Que te enseñe el lenguaje de las carcajadas que no se agotan. Que te haga s entir que nada malo puede pasar al abrigo de sus brazos. Que haga temblar cada músculo de tu cuerpo. Que esté loco por tus huesos, pero también por tus curvas. Que te sorprenda. Que se pierda en tu mirada y no busque encontrarse. Que te escuche incluso cuando no sabes qué decir. Que te deje sin aliento. Que te haga soñar con los ojos abiertos. Que te haga volar con los pies en el suelo. Que te saque de quicio Que te saque los colores Q ue te saque a bailar  Que te baile el agua.

30 días

Te preguntarás por qué me dirijo a ti un mes después de marcharte. Lo cierto es que ni yo misma lo sé. Quizá no era capaz de encontrar las palabras adecuadas para decirte adiós, o quizá, simplemente, no quería decirte adiós. De hecho estas letras que te escribo no saben a despedida, y es que es complicado desprenderse de alguien que no se ha ido. Han pasado treinta días. Treinta días sin esa sonrisa tuya que ni en los momentos más complicados se borraba de tu cara. Esa sonrisa capaz de alegrar el día a cualquiera, de provocar una epidemia de felicidad entre todos los que hemos tenido la gran fortuna de formar parte de tu vida. Treinta días sin esa mirada profunda y sincera, carente de maldad alguna, que iluminaba todos y cada uno de nuestros días. Esa mirada que con orgullo me observaba, que vigilaba con sigilo mis movimientos y me transmitía seguridad, confianza, protección. Esa mirada de ojos rajados que decía tantas cosas cuando las palabras se apagaban. Treinta días sin esas man...

Yo, con mis cosas.

Muchas veces me preguntan qué quiero estudiar, qué quiero ser de mayor, en dónde me gustaría trabajar... Pero nunca a nadie se le ha ocurrido preguntarme quién soy yo ahora. Mi DNI dice que soy Irene Ruiz Ruiz, que nací en Manzanares el 31 de agosto de 1993, que soy hija de mi padre y de mi madre (no importa cómo se llaman) y poco más. Pero Irene Ruiz Ruiz, ¿quién es, a parte de un número o un nombre y unos apellidos? ¿Quién soy yo? Yo... resulta paradójico que me cueste tanto describir a esa persona que veo reflejada cada día en el espejo, de la que conozco todo y a la vez no conozco a penas nada. Intentaré expresar quién es esa chica, quién soy yo. Soy universitaria, de esas que cuando caminan por la facultad no se creen aún haber llegado hasta ahí, de esas que esperan ser una buena periodista, pero de las de verdad, de esas que son a veces un poco irresponsables, de esas que echan de menos la comida de su madre, de esas que estudian el último día, pero para darle emoción, de...