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Mi rendición

Te escribo sin saber realmente si algún día leerás esto. Lo cierto es que no sé si quiero que llegue ese día. Ya sabes que yo siempre escribo para mí, para desahogarme, para sacar afuera todo lo que me come por dentro. En esta ocasión, para no perder las viejas costumbres, se trata de ti. Nuevamente eres el protagonista de mi gran hecatombe mental, pero por poco tiempo. Sí, has leído bien, por poco tiempo. Aquí, en este trozo de papel (o de pantalla si lo prefieres), me dispongo a firmar mi rendición. Esto no resultó ser como aquella canción de Bruce, la que hablaba de promesas y de no tirar la toalla.

Me he dado cuenta de que el amor es como una de esas carreras por parejas en las que los miembros llevan una de sus piernas atada a la del otro. Se requiere mucha coordinación y es necesario que cada paso que uno dé, el otro lo realice de la misma manera, si no, caen al suelo. Estos días me han servido para abrir los ojos y de una vez por todas ver que hace mucho que tú abandonaste esa carrera, que decidiste correr por tu cuenta, que renunciaste a luchar por ese futuro que tan seguros estábamos que estaba escrito para nosotros. Quizá mi error fue pensar que estabas tan convencido como yo de que no hay nada que el amor que sentíamos (y que al menos yo sigo sintiendo) pudiera parar. Sólo hay una cosa que puede frenar a dos personas que se quieren, y es una de ellas. Porque como en aquellas carreras, una relación es de dos. En ocasiones uno ha de tirar del otro y viceversa, pero ambos dan todo lo que está en su mano para que ese proyecto incierto, como todo en esta vida, salga adelante. Tú dejaste de apostar por esto hace mucho tiempo, tú lo has frenado. Tenías miedo de equivocarte una vez más, de sufrir y sobre todo de tener que volver a superarlo. No podías soportar el hecho de que pudiera salir mal. Te diré algo: el secreto del éxito reside en pelear por lo que quieres, a pesar de las muchas posibilidades de que fracases.

Nunca supiste ver el lado bueno de las cosas, quizás el miedo era el que no te dejaba ver. Yo siempre me he armado de valor, de coraje, para luchar por los dos, para intentar abrirte los ojos y convencerte de alguna manera de que esto que sentimos es real. Pero ya no. Estoy agotada. Cansada de moverme al compás de tus impulsos, de vivir a expensas de lo que se te pase por la cabeza en cada momento. Me rindo. Es inútil seguir combatiendo en esta batalla en la que la paz no parece llegar nunca. No puedo continuar siendo la que no teme a nada, la que antepone el “nosotros” a todo lo demás. Por una vez en mi vida voy a pensar que igual no estamos tan hechos el uno para el otro como yo pensaba. Que igual no eres el hombre de mi vida, o al menos no del resto de vida que me queda por vivir. Ha llegado el momento de que sea yo la que dirija mis pasos y encuentre la felicidad lejos de tus brazos. Está en mis manos. Reconozco que no está siendo nada fácil, pero tú sabes mejor que nadie que siempre me gustaron los retos, que lo mío es arriesgar, y eso voy a hacer. 

Espero que algún día te des cuenta de lo que has dejado escapar, de lo equivocado que estabas y de que probablemente no hay persona en este mundo que te llegue a querer tanto como yo. Pero para entonces, siento decirte, ya será demasiado tarde...





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