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Desde Roma, con amor.

[Esta carta va dirigida a todos aquellos que en estos días han ocupado mi mente, a todos los que dejé atrás cuando emprendí mi aventura Erasmus y que hoy echo especialmente de menos. Para ahorrar mi espacio de escritura (y vuestro tiempo de lectura), evitaré nombrar a dichas personas, pues doy por supuesto que mis destinatarios sabrán, al instante, que lo son...]

Queridos vosotros,
os escribo esta carta desde una habitación cualquiera, en un bloque de pisos cualquiera de cualquier barrio de esa ciudad que no es cualquiera, sino que se llama Roma. Hace exactamente dos semanas que me subí a un avión cargada de equipaje a rebosar, como rebosando estaban mis ganas por lanzarme en esta maravillosa experiencia. La ilusión y la incertidumbre me embriagaban, los nervios me acechaban y un mar de preguntas inundaba cada uno de mis pensamientos. Sin embargo, no era plenamente consciente de todas aquellas personas a las que, por un tiempo, no podría ver, ni tocar, ni abrazar... No era capaz de darme cuenta de que ese avión me alejaría de gente a la que quiero, gente a la que hoy dedico estas palabras.

Tras arduas jornadas de ajetreo burocrático, alguna que otra lágrima por la imposibilidad de tenerlo todo bajo control y momentos melancólico-masoquistas viendo fotos de tiempos felices, he llegado a una conclusión: ¡qué complicada es la vida sin vosotros cerca! Es ahora, cuando tierra y mar me separan de lo que más quiero, cuando me doy cuenta de lo imprescindible que resulta y lo poco que lo he valorado. Ahora soy capaz de apreciar una llamada de teléfono para desahogarme con alguien que me entiende, o un café y “piti” para comentar las jugadas de la noche anterior, o un beso de buenas noches, o un consejo entonado con la voz de la experiencia, o una mirada de esas que lo dicen todo, o una peli con las camas juntas, o una carcajada, o una fiesta sorpresa, o un “a menos cuarto en la esquina de siempre”. Ahora todas esas pequeñas cosas cobran sentido. 

Esta carta es algo más que un "os echo de menos". Esta carta es una forma de daros las gracias por esas pequeñas cosas que hacen que hoy, ni siquiera la que llaman Ciudad Eterna, sea capaz de que me olvide de vosotros y de todo lo que os quiero. Es una forma de pediros por favor que no cambiéis jamás, que sois especiales, únicos, irrepetibles, y yo tengo la gran suerte de teneros en mi vida. Es una forma de que deciros que esté donde esté siempre os llevaré conmigo.

Nos vemos tan pronto como las luces de Navidad alumbren vuestros ojos...







Comentarios

  1. ¡ Saludos, Irene !. No te conozco personalmente, salvo de leer alguna referencia a tu estilo literario en las páginas de 'feisbuk' pero sí conocí y conozco a parte de tu familia. Lo q escribes con un teclado y relatas con el corazón, lo he vivido muchas veces porque emigré muy joven del mismo lugar al que aludes con añoranza. Y tenía padres y hermanas y amigos ... y había que dar el salto porque el guión de la vida así me lo exigía y ... luché y lloré y superé con voluntad todos los atolladeros que me fueron saliendo al paso. Y tu, tú lo harás igual, Irene ahora y mil veces más, porque donde hay voluntad, hay camino y el tuyo ya ha comenzado a trazarse ... ¡ Pero qué bien escribes, rapaza ! ... Al más puro estilo colombiano, te digo que Dios te bendiga y hasta Navidad, con el Gran Teatro iluminado porque vuelve Irene de la eternidad, habiendo superado un escollo y llega triunfante ... Un beso.

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