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El momento.

Tomar decisiones drásticas nunca ha sido un juego de niños, menos cuando de esa decisión depende continuar algo que creías infinito, inmortal, o acabarlo para siempre. Siempre, qué palabra más inexacta. Decimos siempre
cuando hablamos de futuro, cuando queremos hacer una promesa que ni siquiera nosotros sabemos si seremos capaces de cumplir, cuando nos creemos dueños de nuestro mañana. Sin embargo, llega un momento en el que descubres que esa palabra, ese siempre, forma parte del pasado, no guarda la esperanza de un porvenir.
Te preguntas a ti mismo qué ha ocurrido, dónde quedó esa cosa invencible, quién apagó ese fuego que pensabas que jamás se extinguiría. Intentas buscar un culpable o, simplemente, una razón. Más tarde te respondes: lo que ha ocurrido es que nada es como antes, esa cosa invencible tenía demasiados puntos débiles, el fuego lo apagasteis vosotros. Impotencia. Ni siquiera tristeza. Impotencia, porque ya no os quedan fuerzas para luchar, porque la distancia, la desesperanza, han ganado la batalla al amor. Un juego de niños. Así empezó. Dos críos queriéndose como locos hasta no ser tan críos. Esa es tu alegría. Saber que habéis crecido juntos, haber aprendido tanto el uno del otro, decir con la cabeza bien alta que habéis sido felices. Ahora ha llegado tu turno, el momento en el que te adueñas de tus circunstancias, el momento en el que tomas las riendas de tu vida. No te detengas, mira hacia delante y nunca dejes de vivir.

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